Por una cultura general europea

Cuando se habla de « cultura general », a menudo se hace referencia a un saber no especializado, abierto a varios campos de la actividad humana (ciencias, técnicas, literatura, historia, cine…), y generalmente reconocido y compartido entre los miembros de una misma comunidad. Si hablamos de Europa, ¿ sería posible imaginar semejante « cultura general » ?

Nuestro proyecto asociativo, « Café Europa », se inicia con la idea de que, entre los discursos frecuentemente muy abstractos de la Unión europea y las diversidades de los modos de vida y de expresión regionales, hay lugar para una red de intercambios y de reflexiones entre « ciudadanos/as de buena voluntad ». Pensamos que esa red coincide potencialmente con una constelación de ciudades pequeñas y medias, donde el debate cultural podría tener mayor cabida.

Sin anticipar los contenidos de nuestro programa, pensamos, al hilo de reflexiones de varios autores, que ese programa debe privilegiar esencialmente la relación y el descubrimiento del otro : otro en el tiempo, otro en el espacio geográfico, otro en la sociedad, etc.

Paralelamente a ese reconocimiento de las diferencias, consideramos particularmente importante la emergencia de una experiencia común (pongamos como ejemplo para empezar el propio intercambio y diálogo entre los participantes). Con esta finalidad, pretendemos tratar colectivamente una serie de « objetos culturales » (temas filosóficos o históricos, películas, obras literarias, etc.) susceptibles de ser interpretados según varios puntos de vista así como de ser compartidos y reconocidos por una misma comunidad (en otras palabras : los/las participantes del proyecto).

De este modo la « cultura general » que defendemos no se definirá de manera abstracta, como un conjunto determinado de saberes, sino como un espacio de encuentros, de debates y de reconocimiento en torno a dichos saberes.

 

Cultura y ciudadanía : una larga historia

Ya desde la Antigüedad se constata frecuentemente la asociación entre cultura general y formación del ciudadano.

La Grecia antigua conoce períodos democráticos y define un proceso de educación de los niños (paideia), lo cual, combinado con el ethos (es decir, las costumbres) debe formar al ser humano « excelente »  (en el sentido de « quién cumple perfectamente con su naturaleza »). De ese modo, un hombre con una correcta formación podía ser un buen ciudadano o, eventualmente, un buen dirigente (Aristóteles, Políticas, Libro III, XVIII, 1, 1288b). Los Romanos comparten la misma concepción. Marco Tulio Cicerón traduce paideia bajo el término de humanitas e inventa la expresión « cultura del alma » (cultura animi). Según dicho autor, la cultura del alma se distingue de la educación dada al niño, puesto que la cultura debe cultivarse a lo largo de la vida (De oratore, II, 1 y I, 12).

Muy pronto, esa formación ideal del ciudadano es puesta bajo los auspicios de la filosofía : « La cultura del alma es la filosofía: es ella quien extirpa radicalmente los vicios, pone a las almas en estado de recibir las semillas, les confía y, por así decirlo, siembra eso que, una vez desarrollado, dará la más abundante de las cosechas. » (Marco Tulio Cicerón, Las Tusculanas, II, 13). En el siglo XVII, el filósofo francés Descartes define nuevamente ese mismo ideal en los siguientes términos : « El fin de los estudios debe ser dirigir el espíritu de tal manera que produzca juicios firmes y verdaderos sobre todo lo que se le presenta (Reglas para la dirección del espíritu, 1ª). De este modo, no se trata pues tanto de adquirir un contenido de cultura determinado como de aprender a juzgar bien las cosas.

En el siglo XIX, el político francés Victor Cousin (1792-1867) atribuye también a la filosofía una importancia particular dentro de la formación del « honnête homme ». Durante un discurso pronunciado en la Cámara de los Pares el 3 de Mayo de 1844, declara : « La filosofía sirve a todos los cultos sin someterse a ningún de ellos en particular. ¿ No es aquí una noble misión y no sería un peligro público alterar el carácter de semejante enseñanza ? ¿Qué sería entonces de la unidad nacional ? »

Más próximo a nosotros, en el año 2010, la filósofa americana Martha Nussbaum alerta nuevamente a la opinión pública sobre el peligro que amenaza a nuestras democracias habida cuenta de la reducción de los presupuestos de la enseñanza de las humanidades (literatura, artes y ciencias humanas) : « Si esta tendencia se prolonga, las naciones de todo el mundo en breve producirán generaciones enteras de máquinas utilitarias, en lugar de ciudadanos cabales con la capacidad de pensar por sí mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones y comprender la importancia de los logros y los sufrimientos ajenos. » (Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades).

 

Crisis y críticas

Si bien la defensa de una formación de los/las ciudadanos/as parece legítima, sigue existiendo sin embargo una importante cuestión de fondo : ¿ según qué modelo ? ¿ según qué criterios ?

De hecho, a partir de la segunda parte del siglo XX, la propia noción de cultura general ha sido seriamente criticada. Podemos señalar varios tipos de ataques : 

Por una parte, cierta concepción de la economía y de la técnica condujo a subestimar, si no a despreciar, la cultura general considerándola « inútil » o « estéril ».

En el seno mismo de la Universidad, la cultura general ha podido ser condenada por su carácter « etnocéntrico » y su tendencia a privilegiar un « canon » de autores académicos, casi exclusivamente compuesto de « machos blancos y muertos » y, en consecuencia, por su rechazo de « hacer un lugar más grande a las mujeres y a los pueblos de cultura extra-europea » (Charles Taylor, El multiculturalismo y "la política del reconocimiento").

Desde un punto de vista sociológico, Pierre Bourdieu, en su ensayo La distinción. Criterio y bases sociales del gusto, supo demostrar que la cultura general podía constituir un sutil instrumento de selección (y discriminación) social.

La filósofa y politóloga Hannah Arendt formula, a nuestro parecer, uno de los diagnósticos más interesantes en cuanto a dicha crisis. El punto decisivo no es tanto la ignorancia (la « incultura ») como la recuperación de la cultura por la sociedad como un sistema de valores con fines determinados (por ejemplo, la posición y la calidad social) : « En ese proceso, los valores culturales padecieron el tratamiento de todos los demás valores, fueron lo que los valores siempre fueron : valores de intercambio. Y, pasando de mano en mano, como viejas monedas se gastaron. Perdieron el poder originalmente específico de toda cosa cultural, el poder de captar nuestra atención y de conmovernos » (La Crisis de la cultura).

 

Por una cultura general europea

Al concluir la biografía del humanista Erasmo de Rotterdam, el escritor Stefan Zweig declara : « Hábiles y fríos calculadores podrán demostrar siempre y siempre que el reino del Erasmismo es imposible, y los hechos podrán darles la razón: eso no quita que serán siempre necesarios aquellos que muestran a los pueblos lo que los une más allá de lo que los divide, aquellos que renuevan en el corazón de los hombres la creencia en una más alta humanidad ».

Siendo concientes de los escollos y de las críticas anteriormente mencionados, nos parece pues importante fomentar una cultura general a nivel europeo. Esa cultura general no será restringida, como es habitual, a la segunda parte del siglo XX y a la construcción de la Unión. Como sugiere el poeta Paul Valéry (El Europeo, 1924), Europa es un proyecto colectivo que se remonta a los Griegos y a los Romanos.

Con esta perspectiva de larga duración iniciamos nuestro proyecto. Proyecto de una cultura general, compartida « entre los ciudadanos de las naciones de Europa, respectando las diferencias ligadas a la historia y a las evoluciones de esas naciones.»